miércoles, 9 de marzo de 2016

Ouch...

Antes de empezar, vamos a poner un poco de trasfondo: soy una persona medio seria pero amable al momento de conocer personas. La seriedad disminuye conforme pasan los minutos, pero sigue habiendo un grado estable de cortesía. Nunca exteriorizo cuando me enojo o cuando pienso que alguien está mal en algo a menos que esa falta sea MUY grande o EXTREMADAMENTE constante. Y, aun así, me callo muchas cosas, sobre todo porque siento que no soy tan aguda con mi legua al momento de discutir. Me gusta pensar las cosas despacio, con calma, relacionar todos los puntos de vista y luego dar mi opinión. Es por eso que, cuando alguien me dice algo que no puedo contradecir pero siento que está mal, me callo mi opinión, pero durante todo el día o la semana mi mente se pone a rumiar con coraje hasta que encuentra la respuesta indicada, y luego se desespera más porque ya no es el momento de decirla.

Sí, es frustrante… Pero a lo que iba…

Hace un tiempo indefinido, una persona que acababa de conocer estaba esperando algo conmigo. Mientras buscaba internet en su aparto electrónico y yo leía, me dice (aquí parrafrasearé):
-Yo no sé cómo pueden divertirse con eso.
Tardé un instante en darme cuenta de que me hablaba a mí. Antes de que pudiera decir nada, agregó, señalando mi libro con toda la confianza del mundo y, aunque no a propósito, con altanería:
-Yo puedo sacar más con mi aparato que con esa porquería.

Y mi alma se fue al piso.

No saben cuánto me dolió el comentario. “¡¿Porquería?!”, quise gritarle, “¡Ni siquiera sabes lo que estoy leyendo! ¡No tienes ni el menor derecho, a ti, que no te gusta leer, a llamar a algo que no entiendes con esa palabra tan hiriente a alguien que recién conoces! ¡Y a una autora, sobre todo!” (Porque sí, sabía que yo ya tenía libros escritos, y si no lo sabía, sabía al menos que me dedicaba a vender libros y amaba leer… Y no creo que ninguna de las dos cosas justifique a este individuo).

Pero, obviamente, la cortés de yo se quedó callada, creo que más que nada por la sorpresa. Luego esta persona dice: “Yo no tengo la imaginación necesaria para leer”.

Aquí es, me dije, de aquí te agarras y le respondes algo… Pero fue donde me di cuenta, muy a mi pesar, que la persona de la que hablo no había sido grosera a propósito (aunque su comportamiento seguía sin ser justificado. Una palabra despectiva sigue siendo eso), así que simplemente dije: “Eso es lo que se necesita, imaginación”.

Ugh, soy una vergüenza para las fuerzas letrólogas…

Sin embargo, como ya les dije, me puse a pensar en todas las cosas que le podría haber dicho. Cosas que iniciaran una conversación para que se diera cuenta que lo que yo hago por placer lo vale. Pensé en el gusto de saborear las palabras con la lengua, en las imágenes, en las emociones… Y luego lo descarté. Todos ya le habrían dicho eso cientos de veces.
Poco después, el individuo continuó hablando (monologando, debería decir, yo no hablaba mucho gracias a mi reciente mal humor), y dijo que él sólo necesitaba para entretenerse el internet para hablar con amigos y ver qué hacían.

Y fue cuando me cayó el veinte… No le dije nada, pero ahora se los comparto a ustedes porque tengo que sacarlo de mi pecho:
¿De verdad será más divertido estar viendo la vida pública de los demás, viendo qué nuevo postre, novia, carro, ropa tienen? ¿Es agradable buscar entre cientos de mensajes de cientos de “amigos” las fotos de quien realmente te importa, como buscando tu programa favorito de la televisión? ¡Y aparte considerando las miles de imágenes, pensamientos simplistas, memes y publicidad que debes sortear! Porque uno no va normalmente a buscar a cierto amigo o amiga: pasamos poco a poco los mensajes, haciendo que muera el tiempo.
La conversación puede ser también o muy interrumpida (de manera que no es una conversación) o una muy vacía: “Hola” “Holiis” “K haces?” “Nada, aquí, viendo las fotos de la boda de Fulana” “Ah”.

Ojo: no digo que las redes sociales no sean buenas. Justamente ahora estoy usando una, pero no puedes comparar, al menos en nivel de entretenimiento, “Ver qué hacen mis amigos en Facebook” a leer un buen libro. Al menos para mí, la lectura, si es buena, tiene un diálogo. Te cambia. Te asusta. Te hace reflexionar. La nueva foto de perfil de mi mejor amiga me hace pensar que se ve bien, la lectura de un párrafo de “El Principito” (libro “para niños”, corto, popular y sencillo a primera vista) me hace reflexionar sobre cómo puedo ver la vida: si como un adulto concentrado en cifras o como un niño curioso y alegre. Con una conversación en Facebook me pongo de acuerdo con alguien para verlo en persona. Leyendo “El diario de Ana Frank”, una niña me habla a primera mano de lo que pasó hace años, y lo siento con ella y lo puedo compartir con otros gracias a ella. O, promocionándome (¿y por qué no?, para eso es esta página), puedo decir que yo hablo a mis lectores a través de mis libros, y recibo una contestación cuando mis lectores me contactan y me expresan sus puntos de vista.

Habrá quien no comparta mi opinión, y la respeto. Los amigos son los amigos. Un libro no te responderá como quieres que te responda un mejor amigo, o te mandará fotos para que te rías o te consolará cuando estés triste (excepto los de autoayuda), así que ver qué hace no es tan mala idea. Pero teniendo el libro tantas buenas cualidades, ¿de verdad está tan lejos de las fotos del Facebook?
De cualquier forma, a mis mejores amigos son a los que espío, y como son contados me da el suficiente tiempo para felicitarlos por sus éxitos durante un rato en la mañana y regresar a mis lecturas. Salgo ganando en caso de que, como a mi pobre conocido, pierda la señal mientras espero algo.

¡Cambio y fuera!

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